Em fa il·lusió compartir amb vosaltres la felicitació que hem rebut de la Dolores Aleixandre, que és una magnífica reflexió sobre el Nadal.
Mercè
Competencia es una palabra de moda y el último grito en el lenguaje educativo. La definen como: “la capacidad de responder a demandas complejas” y la traigo a colación porque cada vez me convenzo más de que nos lo jugamos todo en la “competencia básica” de irnos pareciendo algo a ese Dios de quien, si algo sabemos, es de su poderosa corriente de aproximación y cercanía. Esa que nos alcanza en Jesús y nos hace felicitarnos en Navidad porque Él nos contacta y nos roza, conecta con nosotros, se nos pega, se inscribe en nuestro censo como uno de tantos, se apellida “Hijo del hombre” en su DNI, se mezcla con nuestros sudores, olores y lágrimas, con nuestra saliva, barro, sangre y sueños. Se presentó en sociedad expuesto e indefenso sobre un pesebre, sin protección de tapias, alambradas o alarmas, y por eso pudieron acercársele aquellos pastores que apestaban cabra y a humo sin que se lo impidieran carteles como los que hoy los detendrían: “Propiedad privada”,” Recinto sagrado”, “Prohibido el paso”, “Perro peligroso”, “Avisamos grúa”.
Ser cristiano consistiría en tratar de coincidir con Dios en ese “instinto básico” de simpatía incondicional ante todo lo humano: “Ha aparecido la bondad de nuestro Dios y su filantropía…, no por méritos nuestros sino por sola su misericordia.” (Ti 3,4). La filantropía evoca una predisposición “por defecto” de estar a favor de cualquier persona, más allá de sus desvaríos, aciertos, descalabros, heroísmos o mezquindades, con esa mirada de infinito respeto y reverencia que comunican por ej. las fotos de Sebastiao Salgado o Gervasio Sánchez .
Doy vueltas a todo esto desde una parada de autobús, y me sobresalta de pronto darme cuenta de que estoy emparedada entre dos anuncios: CK a mi derecha y D&G a mi izquierda. Al mirarlos, se me frena en seco la “simpatía incondicional” y me invaden sentimientos de extrañeza, distancia y “ajenidad”, algo que los antiguos llamaban xenosía (de xenos, extranjero). Miro a sus modelos en posturas inverosímiles, poseíd@s de su belleza, adust@s y hermétic@s, haciendo visible la infelicidad y la estupidez del mundo que representan, ese que, encerrado en su burbuja, se cree el culmen de la civilización mientras impera en él la barbarie de la indiferencia ante lo ajeno. Y me encuentro de pronto presa de la xenosía en vez de la filantropía y escapando de las noticias que me lo recuerdan: huyo para no enterarme de los sueldos de futbolistas y banqueros, de las sobornías y corrupcionosis de los políticos, de la alta cosmética, de los vampiros y los góticos, de la “Trilogía de culto”, de los avatares afectivos de la duquesa de Alba, de las pantallas de plasma, la nouvelle cuisine y la pasarela Cibeles. Y de vivir todo eso bajo las guirnaldas de las calles que alumbran a miles de ciudadanos en paro que ya no pueden pagar la factura de la luz.
Intuyo que voy por mal camino y me agarro como a un salvavidas a la escena del nacimiento, a ver si descubro el secreto de reunir lo aparentemente inconciliable: luz y noche, gloria e intemperie, ángeles y pastores, cielo y tierra, himnos y silencio, Mesías y pañales. Miro a los curritos de siempre desplazándose a merced de un gobernante (¿con túnica a medida regalada como pago de algo?), y al posadero colgando el “Completo” en su puerta, lo mismo que nosotros en nuestras fronteras. Y en medio de todo eso, el anuncio asombroso de que Dios está de nuestra parte, le caemos divinamente, está encantado ser vecino nuestro y da por supuesta nuestra capacidad de cambiar.
Y pienso ahora que la verdadera “competencia navideña” es la que nos capacita para vivir a la vez la filantropía y la xenosía, el embeleso y la indignación, la canción y la crítica, el realismo y la esperanza.
Y como nos resulta tan difícil de adquirir, el Evangelio nos señala a la mujer que, en medio de la noche, daba vueltas en su corazón a lo que estaba pasando, reunía lo disperso y concertaba lo discordante (Lc 2,19).
Santa María, Experta en Competencia Navideña, ruega por nosotros.
Ser cristiano consistiría en tratar de coincidir con Dios en ese “instinto básico” de simpatía incondicional ante todo lo humano: “Ha aparecido la bondad de nuestro Dios y su filantropía…, no por méritos nuestros sino por sola su misericordia.” (Ti 3,4). La filantropía evoca una predisposición “por defecto” de estar a favor de cualquier persona, más allá de sus desvaríos, aciertos, descalabros, heroísmos o mezquindades, con esa mirada de infinito respeto y reverencia que comunican por ej. las fotos de Sebastiao Salgado o Gervasio Sánchez .
Doy vueltas a todo esto desde una parada de autobús, y me sobresalta de pronto darme cuenta de que estoy emparedada entre dos anuncios: CK a mi derecha y D&G a mi izquierda. Al mirarlos, se me frena en seco la “simpatía incondicional” y me invaden sentimientos de extrañeza, distancia y “ajenidad”, algo que los antiguos llamaban xenosía (de xenos, extranjero). Miro a sus modelos en posturas inverosímiles, poseíd@s de su belleza, adust@s y hermétic@s, haciendo visible la infelicidad y la estupidez del mundo que representan, ese que, encerrado en su burbuja, se cree el culmen de la civilización mientras impera en él la barbarie de la indiferencia ante lo ajeno. Y me encuentro de pronto presa de la xenosía en vez de la filantropía y escapando de las noticias que me lo recuerdan: huyo para no enterarme de los sueldos de futbolistas y banqueros, de las sobornías y corrupcionosis de los políticos, de la alta cosmética, de los vampiros y los góticos, de la “Trilogía de culto”, de los avatares afectivos de la duquesa de Alba, de las pantallas de plasma, la nouvelle cuisine y la pasarela Cibeles. Y de vivir todo eso bajo las guirnaldas de las calles que alumbran a miles de ciudadanos en paro que ya no pueden pagar la factura de la luz.
Intuyo que voy por mal camino y me agarro como a un salvavidas a la escena del nacimiento, a ver si descubro el secreto de reunir lo aparentemente inconciliable: luz y noche, gloria e intemperie, ángeles y pastores, cielo y tierra, himnos y silencio, Mesías y pañales. Miro a los curritos de siempre desplazándose a merced de un gobernante (¿con túnica a medida regalada como pago de algo?), y al posadero colgando el “Completo” en su puerta, lo mismo que nosotros en nuestras fronteras. Y en medio de todo eso, el anuncio asombroso de que Dios está de nuestra parte, le caemos divinamente, está encantado ser vecino nuestro y da por supuesta nuestra capacidad de cambiar.
Y pienso ahora que la verdadera “competencia navideña” es la que nos capacita para vivir a la vez la filantropía y la xenosía, el embeleso y la indignación, la canción y la crítica, el realismo y la esperanza.
Y como nos resulta tan difícil de adquirir, el Evangelio nos señala a la mujer que, en medio de la noche, daba vueltas en su corazón a lo que estaba pasando, reunía lo disperso y concertaba lo discordante (Lc 2,19).
Santa María, Experta en Competencia Navideña, ruega por nosotros.
Dolores Aleixandre RSCJ , ALANDAR Dic.2009
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